Cómo ha cambiado todo. No voy a decir eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor, porque está claro que cada etapa tiene sus cosas buenas y sus cosas malas. Pero por suerte la memoria es selectiva y sabe quedarse con los buenos recuerdos. Esas meriendas después del cole, esas noches en las que toda la familia se reunía a ver “lo que echen en la tele”… Ahora, tenemos una vida a la carta, en la que contamos con más poder de decisión que nunca. Todo ha cambiado, a mejor, pero también echamos de menos aquellos maravillosos años en los que todo era mucho más sencillo.
Uno de los grandes cambios que hemos experimentado a nivel de sociedad y también a nivel individual es la forma en la que usamos el televisor. Ya no vemos la tele como antes, aunque ahora muchas personas la consumen más que nunca. Yo estoy al otro lado, no por una cuestión de ideología o de querer vivir al margen. Para nada. Simplemente, falta de tiempo y quizá cuestión de prioridades. Sí, debe ser eso.
Un repaso por la historia de la tele: de ser un objeto de deseo a convertirse en la caja tonta…
Lo cierto es que en torno a la tele siempre ha surgido mucho estigma y su evolución a lo largo de la historia nos demuestra una vez más cómo todo está en continuo cambio. El inicio de la historia de la televisión se podría marcar en 1927 y su emplazamiento en el Soho, Londres. Fue aquí donde se comenzaron a hacer las primeras pruebas de transmisión de imágenes a distancia, de la mano del escocés John Baird.
Pero, desde aquel entonces, todavía quedaría un largo camino hasta llegar a la tele tal y como la conocemos ahora. A la vez que se empezaron estas pruebas en Londres, en Estados Unidos también comenzaron a dar sus propios pasos. RCA fue la primera compañía en crear televisores y también en fundar la primera emisora, que unos años más tarde se convertiría en la NBC.
La Segunda Guerra Mundial frenó un poco este avance y, aunque en la década de los 40s se probaron algunas transmisiones, no fue hasta los 50s cuando comenzó a hacerse “masivo”. En España, el primer equipo de programación se creó en 1951. Por aquel entonces, solo unos pocos espectadores tenían acceso a estas retransmisiones y con sus comentarios y pruebas pasaron a la historia como la primera audiencia. Finalmente, en 1956 llegó la primera emisión oficial de televisión en España. Fue un discurso inaugural a cargo del ministro Gabriel Arias Salgado.
Por aquel entonces, el televisor era todo un objeto de deseo. No lo tenían todos los hogares, ni muchísimo menos, solo los más afortunados. De hecho, se estima que en aquel momento solo había 600 televisores en activo y únicamente se localizaban en la ciudad de Madrid. ¿Os imagináis crear un programa de televisión solo para esta audiencia? Hoy en día sería un fracaso total, incluso aunque el share fuera del 100%. En menos de 70 años esta cifra se ha elevado casi hasta el infinito gracias a que, poco a poco, se fue democratizando su adquisición hasta convertirse en un imprescindible. Conozco alguna que otra persona que ha comprado antes un televisor que un sofá. `¿Sabes cuántas pantallas hay en activo hoy en día en España? Más de 100 millones. Incluyendo, claro, Smart TV, tablets, móviles y ordenadores. Cómo hemos cambiado…
Pero quiero volver a esa curva que vivió la tele desde sus inicios a lo que es hoy en día. Como te decía, al principio era todo un objeto de deseo, pero seguro que todos hemos escuchado alguna vez eso de “caja tonta”. ¿Cómo pasamos de un extremo al otro? Bajo mi punto de vista, la “culpa” la tuvieron los contenidos y nuestra actitud frente al televisor. Ambas a partes iguales.
La televisión se convirtió en el marcapasos de la sociedad en los 80s, 90s y 2000s. Tres décadas en las que ya prácticamente en cada hogar había una tele y donde los horarios familiares se regían por la programación. El concepto de bajo demanda no existía y era impensable. Acudíamos al teletexto para ver los horarios de la programación y, en base a eso, articulamos la hora de la cena, cuándo volvíamos a casa o cuándo podíamos salir a hacer vida social. Fuimos esclavos de la caja tonta, pero no lo sabíamos.
Nos sentábamos simplemente a consumir lo que echaran, no había capacidad de decisión cuando TVE dominaba todo el pastel. Con la Ley de Televisión Privada y la posterior liberalización del mercado television en España llegaron, ya en 1990, las primeras cadenas privadas que nos permitieron tener algo donde más donde elegir: Telecinco, Antena 3 y Canal+ iniciaron la guerra familiar por el mando a distancia.
Y aquí llegó la telebasura, las Mama Chicho, los programas del corazón… Y la caja tonta hizo honor a su nombre. Tengo que reconocer que yo siempre he defendido que la televisión tiene la función de entretener o al menos yo lo veo así y es principalmente el uso que hago de ella. Es cierto que hoy en día tenemos muchísimas opciones, como documentales, programas de historia y reportajes bien trabajados, pero al final, el objetivo principal es darnos entretenimiento. Y cada cual es libre de entretenerse como quiera y con lo que quiera. No eres menos culto si veías Sálvame ni menos inteligente si cuando quieres desconectar de todo te pones por enésima vez una reposición del Grand Prix. Ya es hora de dejar de juzgarnos, ¿no crees?
Hola, Smart TVs; adiós, familias
Casi sin darnos cuenta empezamos a sumar cada vez más y más canales a nuestra parrilla televisiva. Recuerdo con nostalgia, y seguro que tú también, cuando el televisor era el centro de la vida familiar. Nuestra generación (ya sea si te tocó vivirla como padre o como hijo) compartimos momentos muy valiosos con Médico de familia, Compañeros, Los Serrano o Aquí no hay quien viva siempre de fondo. Se hacían a propósito contenidos familiares, con tramas para todos los públicos: los niños más pequeños, los adolescentes, los adultos y hasta los abuelos. Todos tenían su representación y si no te lo crees basta con que hagas un repaso a las tramas y los personajes de las que eran tus series favoritas por aquel entonces. Ya no se hacen series como antes y, a riesgo de caer en el nostalgia, me da bastante pena. No recuerdo una serie que me haya calado hondo en los últimos años, pero sí que tengo en el imaginario todas aquellas ficciones que veía desde el sofá hace ya más tiempo del que me gustaría reconocer.
Quizá es precisamente porque con la llegada de las Smart TVs, las plataformas o las pantallas en los dormitorios nos hemos independizado de nuestras familias y ya no se ven contenidos todos juntos, padres e hijos. Somos más individualistas y se refleja tambi´ñen en la forma en la que consumimos televisión, pero esto no es algo que nos sorprenda a estas alturas.
Ya no usamos la tele como antes. Y no sé si esto es una buena noticia. Porque había un cierto componente social muy arraigado en eso de sentarnos a la hora marcada por la programación. Y no solo por el ejemplo de compartirlo con la familia, también al día siguiente en los colegios y los trabajos la conversación giraba en torno a la serie o el programa de moda. Ahora, si queremos comentar nos vamos a Twitter (sigo resistiéndome a llamarlo X), a intercambiar opiniones con un puñado de desconocidos. Vemos las series a nuestro ritmo, dándonos un atracón cuando nos engancha y somos capaces de terminarnos temporadas completas en dos o tres días. Lo de trabajar la paciencia lo dejamos para otro momento.
Buscamos y priorizamos la comodidad por encima de todo y, ojo, que me parece genial que sea la tele la que se adapte a nuestro estilo de vida y no al revés. Que no renunciemos a unas cervezas afterwork porque empieza Pasapalabra (nunca nadie dijo esto) y que si nos proponen un planazo para cenar no tengamos que perdernos el primer beso de Marcos y Eva. Y esto es maravilloso y no quiero que nadie me lo quite.
Vivimos a la carta y pagamos por ver la tele
Vivimos a la carta. Elegimos pareja en aplicaciones de citas, tenemos el videoclub más grande de la historia en nuestro móvil, podemos llevar miles de libros en la mochila. Nos creemos libres, pero pienso que somos más esclavos que nunca. Hemos perdido esa conexión de compartir, de saber esperar, de cultivar la paciencia. Ahora matamos el hype a cañonazos y en un par de maratones nos ventilamos una serie completa y si te he visto no me acuerdo.
No me gusta esta forma de consumir televisión, aunque yo también la practico, por comodidad y simplicidad. Pero creo que si antes las series nos colaban tanto era precisamente porque nos acompañaban durante varios años de nuestra vida y eso no es comparable a que ahora estén presentes durante apenas una semana. Por mucho que nos guste una trama, unos personajes, ¿creéis que es suficiente para marcar nuestra memoria? Vivimos a base de next, de swipe… y lo siento si suena moñas, pero a veces me gustaría volver a esas noches en las que esperábamos a que dieran las diez en punto para que comenzara un nuevo capítulo de (inserte aquí esa serie que marcó tu infancia o adolescencia).
Las plataformas han conseguido que ahora paguemos por ver la tele, algo que hasta hace unos años era totalmente impensable. Tenemos contenidos gratuitos, la TDT de siempre sigue emitiendo en abierto y cada vez hay más y más canales, pero el ansia que todo lo puede nos lleva a pagar alguna o varias suscripciones en plataformas: Netflix, HBO, Prime Video, Disney+… No tenemos tiempo material para verlo todo, pero, oiga, póngame todas las suscripciones, no vaya a ser que me pierda algo viral. Nos ataca el síndrome FOMO (miedo a perderse algo) y ya consideramos la factura de las plataformas de streaming como algo tan imprescindible como la luz o el agua.
Ha cambiado la tele, han cambiado los contenidos… ¿hemos cambiado nosotros?
No hay que perder de vista que este cambio a la hora de consumir tele no ha llegado solo de la mano de las plataformas. Los contenidos bajo demanda tienen mucho que ver, pero también considero que el cambio en las pantallas es muy importante. El mejor ejemplo lo tengo en casa: mi televisor solo se enciende para jugar a la Nintendo Switch y, como mucho, para ver una película un sábado al mes en el que esté lloviendo. No estoy al día de los contenidos de la parrilla de la TDT y cuando quiero poner un canal concreto por algo, casi tengo que recordar cómo buscarlo, porque la tele tradicional la tengo totalmente en desuso.
Las Smart TVs han llevado las aplicaciones también al televisor del salón: YouTube, Spotify, plataformas, juegos… Pero también todo esto lo tenemos ahora en la palma de la mano, en cualquier momento y en cualquier lugar. Consumo plataformas desde el smartphone principalmente, pero tenemos tantas y tantas opciones que a veces encender la tele puede dar hasta pereza: tablets, ordenadores…
No me gustaría volver atrás, no quiero depender de una programación o que el tema de conversación con mis amigos solo gire en torno a la serie que una cadena privada haya decidido poner de moda. No quiero que mis horarios o mis planes se vean limitados a la “caja tonta”. No quiero que otros decidan por mí los contenidos que debo ver para entretenerme. No me malinterpretes, me gusta la tele tal y como la conocemos ahora, en la que yo tengo realmente el mando para decidir qué y cuándo consumirla, pero no puedo evitar sentir cierta nostalgia por aquellos años en los que todos íbamos a una. Eso también era maravilloso.